jueves, 12 de octubre de 2023

Mons. Eduardo Mirás - Arzobispo de Rosario

 Pastor de almas comprometido con su tiempo

Por Miguel Carrillo Bascary 

El 24 de febrero se conoció que el arzobispo emérito (retirado) de Rosario, Mons. Eduardo Vicente Mirás volvió a la Casa del Señor. Su avanzada edad (92 años) y la prolongada neumonía derivada de haber contraído coronavirus fueron la causa del deceso. La noticia fue recibida con lógico pesar por quienes lo conocieron y prueba de ello fue el incesante paso por su capilla ardiente de mucha gente que quiso testimoniarle su reconocimiento y cariño. 

Correspondieron a Mirás grandes responsabilidades en las distintas funciones que cumplió durante su vida. A todas las desempeñó con altura testimoniando la solidez de su fe, la humildad de su persona y de sus maneras, también con una serena alegría que permanentemente sirvió de estímulo a cuantos lo trataron. Obló su lúcida inteligencia en numerosas actividades, su voluntad se impuso a las debilidades inherentes a toda persona y evidenció un señalado espíritu de servicio bajo el signo de la caridad. 

Ya retirado de sus elevadas funciones los rosarinos sabíamos verlo con frecuencia, transitando por las calles de la ciudad como una persona más, con la humildad de los grandes de espíritu. Vestía siempre su clerimán[1] y a despecho de las serias dolencias que lo limitaron visitaba enfermos, celebraba la Eucaristía y cumplía otras ocupaciones.

Quienes lo reconocían solían comentar respetuosamente haberse cruzado con el arzobispo Mirás, como una circunstancia merecedora de ser mencionada ante familiares y conocidos. 

Estas no son palabras de circunstancias, sino que se trata de pobre intento de caracterizar la entrega de Mons. Mirás a su ministerio y su compromiso con la dignidad humana. 

Las exequias 

En el curso de la mañana de hoy la Catedral de Rosario mostró un aspecto inusitado. Todas sus puertas se hallaban abiertas de par en par, para recibir a cuantos quisieran “despedir” a quien supo ser un buen pastor. En el crucero del templo un despojado ataúd albergaba los restos mortales de Monseñor, una sencilla mitra[2] descansaba sobre el pecho, también el palio[3] y a sus pies podía verse un recio báculo[4] de madera al natural. Sin ningún protocolo, algunos fieles oraban mientras otros se acercaban para musitar silenciosas oraciones y expresar un momento de humano pesar, al par que una acción de gracias por el ejemplo que dejara el fallecido. Eran personas de toda condición social que hicieron un alto en su jornada para llegarse al lugar, entre ellos también hubo quienes no se reconocen como fieles católicos. 

Los atributos episcopales sobre el cajón que contiene los restos del fallecido

A las 8,45 horas se celebró una “misa de cuerpo presente[5]” y otra más a partir de las 11, esta última la concelebró el actual arzobispo de Rosario, Mons. Eduardo Martin, acompañado de otros obispos, numeroso clero y de notoria cantidad de presentes. Posteriormente se cumplieron los ritos exequiales y los restos se depositaron en un túmulo preparado al efecto, ubicado en la capilla dedicada al Sagrado Corazón[6]. 

Todo se concretó en un marco de notoria sobriedad, de un recogido silencio y con la serena la alegría de que quien en vida se llamó Eduardo Vicente Mirás se halla ya en la eternidad de la presencia de Dios y en compañía de quienes ya cumplieron su paso por este mundo terrenal. 

Pero, ¿quién era Eduardo Mirás? 

Solemos creer que conocemos a las personas que de una u otra forma se nos cruzan en nuestro camino o que de las que tenemos noticias por los medios. Sin embargo, es poco, muy poco lo que realmente sabemos. Por eso es oportuno reseñar al menos algunas pinceladas, de la vida de Mons. Mirás, como forma de valorizar el protagonismo de que le cupo en la historia de la ciudad y, por qué no, de nuestro país y de la Iglesia. 

Nació el 14 de noviembre de 1929 en la Capital Federal. Hizo sus estudios primarios en el colegio franciscano “San Antonio de Padua”, donde tempranamente manifestó su vocación religiosa, como que entre 1941 y1952, cursó su preparación presbiteral en el Seminario Inmaculada Concepción, de la Arquidiócesis de Buenos Aires. Fue ordenado sacerdote el 3 de agosto de 1952. Continuó su preparación intelectual y cinco años más tarde alcanzó el doctorado en la Facultad de Teología de Villa Devoto. 

Reseñar su actuación pastoral demandaría un considerable espacio por lo que solo mencionaremos los principales. Mirás fue vicario cooperador de la parroquia de San José de Flores (1953-1955) y en la de Nuestra Señora del Pilar (1959-1963), también vice-asesor nacional de la de la Juventud de la Acción Católica (1958-1960). Desde 1957 a 1993 se desempeñó y presidió la Comisión de Fe y Cultura. Posteriormente actuó como miembro del Consejo Presbiteral y del Consejo de Consultores de la Arquidiócesis de Bs. Aires y como capellán de las Hijas de la Misericordia. 

Desde 1958 se desempeñó como profesor de Teología Dogmática en la Universidad Católica Argentina (Bs. Aires), casa de la que fue secretario académico entre 1968 y 1984, un cargo que dejó para desempeñarse hasta 1990 como vicario episcopal de la zona de Villa Devoto. El santo papa Juan Pablo II lo consagró como obispo titular de Ambía y auxiliar de Buenos Aires el 1 de marzo de 1984, al par que fue delegado ante el Pontificio Consejo para la Cultura. Desde el año anterior era juez adjunto del Tribunal Nacional Eclesiástico. En el ámbito del Episcopado argentino, integró las Comisiones de Fe y Cultura, de Educación y de la Univ. Católica de Bs. Aires. También del equipo de Teología y de la comisión especial para los 500 años de la Evangelización en América. 

Mons. Mirás fue designado como auxiliar (vicario general) del Arzobispo de Bs. Aires, desde el 22 de setiembre de 1990. Atento a sus relevantes condiciones, el papa Juan Pablo II le confió el Arzobispo de Rosario, del que tomó en posesión el 11 de marzo de 1994 y al que renunció en el año 2005 por haber alcanzado el límite de edad que prescriben las normas vigentes. Permaneció viviendo en la ciudad realizando diversas tareas pastorales y habitó hasta su última enfermedad en un pequeño departamento en cercanías de la ex estación Rosario Central. 

Su perfil de neta formación intelectual se caracterizó por una permanente disponibilidad y su gusto por confraternizar con la gente de toda condición. Su personalidad llamó fuertemente la atención pública de la ciudad cuando los disturbios sociales del año 2001 donde expuso su vida para intentar pacificar los enfrentamientos que azotaron a Rosario. Al decir de las crónicas, su presencia en tan dramáticas circunstancias evitó mucho dolor en las familias rosarinas. 

Las homilías de Mons. Mirás solían ser de hondo contenido pastoral y de notable compromiso con la realidad. En numerosas circunstancias denunció las injusticias laborales, las prebendas políticas, la inacción gubernativa, los negativos efectos del desempleo, bregó por la dignidad de las mujeres, promovió acciones en favor de la niñez más desprotegida y de los migrantes, señaló el avance del narcotráfico, también abogó contra el aborto y en pro del respeto a los ancianos; circunstancias que destacamos aquí sin adentrarnos en temas propios de su función episcopal. En las relaciones con sus hermanos sacerdotes hay coincidencia de que fue un pastor presente y un verdadero ejemplo a seguir. 

A poco de asumir en Rosario canalizó su experiencia en materia cultural promoviendo una necesaria restauración de varios templos de la Arquidiócesis, entre los que se hallaba histórica Catedral de la ciudad. 

Entre noviembre de 2002 y el mismo mes del año 2005, Mons. Mirás presidió Conferencia Episcopal Argentina, que reúne a los obispos titulares de la república. Como muestra de la importancia de su gestión cabe mencionar que Mons. Jorge Bergoglio era vicepresidente. Anteriormente el fallecido se había desempeñado como vicepresidente del Episcopado argentino. 

Su escudo y el lema que lo guiaron

Es una antigua costumbre de la Iglesia que los obispos tengan un escudo que evidencie una suerte de compromiso o de proyecto de su actuación pastoral posterior. El de Mons. Mirás, es muy simple, acorde a su humilde personalidad. Fue de color de plata y, como ofrenda de servicio, se destaca en azul, el monograma de Cristo, símbolo de la verdad de salvación. Estos colores significan inocencia, transparencia, virtud y sabiduría. La cruz de dos travesaños señala su desempeño al frente del arzobispado de Rosario.

También es tradicional que se defina un lema, que es como una plegaria a Dios para que lo asista en su misión de trasmitir el mensaje de salvación que expuso Ntro. Señor Jesucristo. Mons. Mirás, adoptó el de “Jesús es al Hijo de Dios”, que se basa en la Primera Epístola de San Juan (capítulo 4, versículo15) que dice: “Quién confiese que Jesús es el Hijo de Dios, Dios permanecerá en él y él en Dios”. 

Analizando la vida del fallecido concluiremos que hizo honor al compromiso que expresó en ambos atributos.


Notas:

[2] Cubrecabezas que utilizan los obispos durante las ceremonias litúrgicas. Una suerte de birrete con su parte frontal y trasera rígida, de aspecto triangular.

[3] Ornamento tradicional en forma de cinta que abraza el cuello de los obispos, como símbolo de su función de pastor de almas. Representa a la oveja perdida que según el relato evangélico lleva sobre sus hombros el buen pastor luego de rescatarla de sus vicisitudes.

[4] El báculo o bastón episcopal remite al que usaban los antiguos pastores para apacentar a sus rebaños, una imagen que perdura en el que emplean desde hace aproximadamente el siglo VII los obispos como emblema de su ministerio y de su función de conducir a la grey que les ha sido confiada. Consta de un palo y de un cayado o voluta, lo que les otorga su aspecto característico; pueden ejecutarse de diversos materiales.

[5] Misa de cuerpo presente o exequial, se trata del sacrificio eucarístico celebrado en presencia del cuerpo de un difunto.

[6] En Argentina los enterratorios dentro de los templos están vedados desde el año 1810 pero, como excepción se admite el procedimiento en el caso de obispos, fundadores de congregaciones y tratándose de bienhechores. En la catedral de Rosario están sepultos los restos mortales de sus ex obispos y arzobispos: Guillermo Bolatti (+1982), Silvino Martínez (+1961) y Jorge López (+2006).

lunes, 9 de octubre de 2023

Brillante y polifacético profesional de Rosario

El Doctor Roberto Siquot

Por Miguel Carrillo Bascary

Una figura de relevancia en la Medicina fue la del doctor Roberto Agustín Siquot”, así comenzó su recuerdo el diario “La Capital”, cuando dio a conocer la triste noticia de su fallecimiento.

El “Dr. Siquot”, como respetuosamente le decían sus pacientes, tenía una mirada celeste, diáfana, que mostraba por detrás de sus anteojos de fino marco. Su hablar era pausado, lo que aportaba gran seguridad a sus palabras. Cuando lo conocí, su cabellera era prácticamente blanca, tanto como la chaquetilla que vestía, invariablemente. 

El Dr. Siquot era médico de niños, pediatra como se les dijo cuándo debieron dejar las visitas domiciliarias para recluirse en los impersonales consultorios de clínicas, hospitales y sanatorios, seguramente que muy a pesar de su vocación. Fue un paradigma de aquellas generaciones de médicos que visitaban a sus pacientes, él lo hacía conduciendo personalmente su automóvil. Se acompañaba de un gran maletín en el que no faltaba el estetoscopio y un pequeño termómetro con cabeza de oro. No podían faltar tampoco decenas de “muestras gratis”, que repartía a porfía a las preocupadas madres apostadas ante las camas de sus pequeños hijos.

Las familias esperaban ansiosamente al Dr. Siquot, como si su sola presencia paliara los síntomas de los pequeños pacientes. Estos tampoco eran indiferentes, su llegada grave y tranquila, ayudaba a pasar los malos momentos que implicaba extender la lengua, sentir el tacto que fuera necesario y los minutos que le llevaba tomar la temperatura, mientras su palabra amable intentaba desdramatizar el cuadro. Cuando se retiraba parecía dejar una sensación de pronta mejoría, a condición de cumplir sus prescripciones. Ahí aparecía lo peor, el terror a la purga con “leche de magnesia Phillips” y, si el caso pintaba para grave, las consabidas enemas, un espanto para todo chico. Claro que, se sabía, esto no era culpa del Doctor sino del paciente que se había atracado comiendo “porquerías”. 

Otras veces la cosa era más compleja, ni bien comenzaban la escolaridad los niños llegaba el indefectible calvario de las enfermedades eruptivas que se manifestaban con una altísima fiebre: la varicela, el sarampión, la rubeola, la temible escarlatina y otras más. Pocos años antes el maldito genio de la parálisis infantil había hecho estragos entre los niños de Rosario, dejando una secuela perenne que marcó a toda una generación, ahí estuvo el Dr. Siquot asistiendo a las víctimas y a sus preocupadas familias. Por supuesto que el Doctor atendía en su consultorio los consabidos controles, se ubicaba en la planta baja de su casa, que todavía subsiste con señorial presencia sobre la calle Córdoba, frente a la plaza “San Martín”. Una secuela de las visitas era la prescripción de vitaminas, algún tónico (siempre asqueroso) en caso de ser necesario y las indefectibles vacunas, que se aplicaban con jeringas de vidrio armadas de gruesas lancetas.

Pero, dejemos estas anécdotas que hacen a la caracterización del facultativo, los invito a centrarnos en algunas referencias que permitirán vislumbrar la grandeza de su trayecto vital. Roberto Siquot había nacido en San Nicolás de los Arroyos en 1892. Con 24 años obtuvo su título en la Universidad de Buenos Aires y lo hizo con “medalla de oro”, lo que manifestó tempranamente sus quilates profesionales. Poco más tarde los que haría fructificar. Por si la distinción fuera escasa también fue laureado con el premio “Eduardo Wilde”, que se discierne al mejor trabajo o tesis sobre Medicina Legal que se haya presentado en el año anterior.

Centró su ejercicio profesional en Rosario, primeramente como jefe adjunto del servicio de “Medicina de Niños”, en el “Hospital Español”, una institución progresista y señera insertada profundamente en el tejido social de la ciudad. Su actividad no se limitó al diagnóstico y a la terapéutica, se extendió apasionadamente a la formación de generaciones de discípulos y a la muy necesaria educación para la salud, que debía ilustrar las madres en beneficio de la niñez rosarina, ya que era mucha la ignorancia y también las supersticiones. En 1922 asumió la responsabilidad de actuar de conducir el servicio de Medicina General en aquel nosocomio. Su actividad era incesante y las responsabilidades que cargaba sobre sus espaldas resultaban cada vez mayores. Así, en 1942 fue designado director del Hospital y, también de su anexo, del sanatorio “Covadonga”, cargos que desempeñó a lo largo de tres décadas.

Como si todo esto fuera poco quiso multiplicar su actuación en el campo de lo que hoy se conoce como la “Medicina Social” y a sus desvelos en El Español” sumó la dirección del “Hospital Nacional del Centenario”, que por entonces brillaba como nosocomio escuela que servía a una amplísima zona de influencia e impulsaba sus desarrollos científicos a nivel internacional. Eran tiempos en que la politiquería y el sindicalismo sectario respetaban el dolor de los enfermos y  no se inmiscuían en el desempeño de los médicos, que llevaban adelante su labor con medios que hoy nos parecen heroicos.

La actuación del Dr. Siquot se proyectó más allá de su accionar profesional. Con otros grandes médicos de su generación, como el Dr. David Staffieri, por solo citar un caso, fundó el “Colegio Médico”, del que fue su primer presidente, una función para que sería reelecto por dos veces. También la “Sociedad de Pediatría de Rosario” lo contó entre sus fundadores y directivos.

Convencido de que el compromiso con realidad se lo demandaba, intentó coadyuvar a forjar una mejor sociedad desde la esfera política. Así, se sumó como parte activa del entonces poderoso Partido Demócrata Progresista donde, con gran espíritu de servicio, replicó los esfuerzos que había empeñado en la Medicina. Fue concejal de la ciudad de Rosario y en 1962 se desempeñó como miembro de la Convención Reformadora de la Constitución provincial de Santa Fe.

Casado en su juventud, su esposa fue un puntal de su multifacética vida; juntos adoptaron a dos niños a los que dispensó profundo amor. Falleció el sábado 16 de septiembre de 1973.

Para quienes lo hayan conocido su foto, la mejor que me ha sido posible conseguir, es innecesaria; para quienes no hayan tenido la fortuna, queda reseñado su ejemplo. Modesto testimonio de gratitud y sincera estima.

Dos escudos en pugna- Argentina, 1900

  Cuando la puja impide   Escudo nacional argentino: Diseños "A" y "B" (1900) Por  Miguel Carrillo Bascary   Es sabido q...