lunes, 9 de octubre de 2023

Brillante y polifacético profesional de Rosario

El Doctor Roberto Siquot

Por Miguel Carrillo Bascary

Una figura de relevancia en la Medicina fue la del doctor Roberto Agustín Siquot”, así comenzó su recuerdo el diario “La Capital”, cuando dio a conocer la triste noticia de su fallecimiento.

El “Dr. Siquot”, como respetuosamente le decían sus pacientes, tenía una mirada celeste, diáfana, que mostraba por detrás de sus anteojos de fino marco. Su hablar era pausado, lo que aportaba gran seguridad a sus palabras. Cuando lo conocí, su cabellera era prácticamente blanca, tanto como la chaquetilla que vestía, invariablemente. 

El Dr. Siquot era médico de niños, pediatra como se les dijo cuándo debieron dejar las visitas domiciliarias para recluirse en los impersonales consultorios de clínicas, hospitales y sanatorios, seguramente que muy a pesar de su vocación. Fue un paradigma de aquellas generaciones de médicos que visitaban a sus pacientes, él lo hacía conduciendo personalmente su automóvil. Se acompañaba de un gran maletín en el que no faltaba el estetoscopio y un pequeño termómetro con cabeza de oro. No podían faltar tampoco decenas de “muestras gratis”, que repartía a porfía a las preocupadas madres apostadas ante las camas de sus pequeños hijos.

Las familias esperaban ansiosamente al Dr. Siquot, como si su sola presencia paliara los síntomas de los pequeños pacientes. Estos tampoco eran indiferentes, su llegada grave y tranquila, ayudaba a pasar los malos momentos que implicaba extender la lengua, sentir el tacto que fuera necesario y los minutos que le llevaba tomar la temperatura, mientras su palabra amable intentaba desdramatizar el cuadro. Cuando se retiraba parecía dejar una sensación de pronta mejoría, a condición de cumplir sus prescripciones. Ahí aparecía lo peor, el terror a la purga con “leche de magnesia Phillips” y, si el caso pintaba para grave, las consabidas enemas, un espanto para todo chico. Claro que, se sabía, esto no era culpa del Doctor sino del paciente que se había atracado comiendo “porquerías”. 

Otras veces la cosa era más compleja, ni bien comenzaban la escolaridad los niños llegaba el indefectible calvario de las enfermedades eruptivas que se manifestaban con una altísima fiebre: la varicela, el sarampión, la rubeola, la temible escarlatina y otras más. Pocos años antes el maldito genio de la parálisis infantil había hecho estragos entre los niños de Rosario, dejando una secuela perenne que marcó a toda una generación, ahí estuvo el Dr. Siquot asistiendo a las víctimas y a sus preocupadas familias. Por supuesto que el Doctor atendía en su consultorio los consabidos controles, se ubicaba en la planta baja de su casa, que todavía subsiste con señorial presencia sobre la calle Córdoba, frente a la plaza “San Martín”. Una secuela de las visitas era la prescripción de vitaminas, algún tónico (siempre asqueroso) en caso de ser necesario y las indefectibles vacunas, que se aplicaban con jeringas de vidrio armadas de gruesas lancetas.

Pero, dejemos estas anécdotas que hacen a la caracterización del facultativo, los invito a centrarnos en algunas referencias que permitirán vislumbrar la grandeza de su trayecto vital. Roberto Siquot había nacido en San Nicolás de los Arroyos en 1892. Con 24 años obtuvo su título en la Universidad de Buenos Aires y lo hizo con “medalla de oro”, lo que manifestó tempranamente sus quilates profesionales. Poco más tarde los que haría fructificar. Por si la distinción fuera escasa también fue laureado con el premio “Eduardo Wilde”, que se discierne al mejor trabajo o tesis sobre Medicina Legal que se haya presentado en el año anterior.

Centró su ejercicio profesional en Rosario, primeramente como jefe adjunto del servicio de “Medicina de Niños”, en el “Hospital Español”, una institución progresista y señera insertada profundamente en el tejido social de la ciudad. Su actividad no se limitó al diagnóstico y a la terapéutica, se extendió apasionadamente a la formación de generaciones de discípulos y a la muy necesaria educación para la salud, que debía ilustrar las madres en beneficio de la niñez rosarina, ya que era mucha la ignorancia y también las supersticiones. En 1922 asumió la responsabilidad de actuar de conducir el servicio de Medicina General en aquel nosocomio. Su actividad era incesante y las responsabilidades que cargaba sobre sus espaldas resultaban cada vez mayores. Así, en 1942 fue designado director del Hospital y, también de su anexo, del sanatorio “Covadonga”, cargos que desempeñó a lo largo de tres décadas.

Como si todo esto fuera poco quiso multiplicar su actuación en el campo de lo que hoy se conoce como la “Medicina Social” y a sus desvelos en El Español” sumó la dirección del “Hospital Nacional del Centenario”, que por entonces brillaba como nosocomio escuela que servía a una amplísima zona de influencia e impulsaba sus desarrollos científicos a nivel internacional. Eran tiempos en que la politiquería y el sindicalismo sectario respetaban el dolor de los enfermos y  no se inmiscuían en el desempeño de los médicos, que llevaban adelante su labor con medios que hoy nos parecen heroicos.

La actuación del Dr. Siquot se proyectó más allá de su accionar profesional. Con otros grandes médicos de su generación, como el Dr. David Staffieri, por solo citar un caso, fundó el “Colegio Médico”, del que fue su primer presidente, una función para que sería reelecto por dos veces. También la “Sociedad de Pediatría de Rosario” lo contó entre sus fundadores y directivos.

Convencido de que el compromiso con realidad se lo demandaba, intentó coadyuvar a forjar una mejor sociedad desde la esfera política. Así, se sumó como parte activa del entonces poderoso Partido Demócrata Progresista donde, con gran espíritu de servicio, replicó los esfuerzos que había empeñado en la Medicina. Fue concejal de la ciudad de Rosario y en 1962 se desempeñó como miembro de la Convención Reformadora de la Constitución provincial de Santa Fe.

Casado en su juventud, su esposa fue un puntal de su multifacética vida; juntos adoptaron a dos niños a los que dispensó profundo amor. Falleció el sábado 16 de septiembre de 1973.

Para quienes lo hayan conocido su foto, la mejor que me ha sido posible conseguir, es innecesaria; para quienes no hayan tenido la fortuna, queda reseñado su ejemplo. Modesto testimonio de gratitud y sincera estima.

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